El video en YouTube no cargaba más, el videojuego me cansó y
nuevamente recaí a mi extrañeza. El
celular que no deja de vibrar, y el frío que se escabulle por debajo de la
puerta, para apoderarse de mi cuarto. Recaí en mi extrañeza.
Aburrido, y desconcertado, recordé que hacía 2 semanas no
leía mi blog favorito. Entré por supuesto, y un texto me recordó una mala
pasada. Va, mala porque no obtuvo fruto y una vez más logró desilusionarme.
Dicen que para no vivir amargados, no hay que vivir de ilusiones. Eso, queda
hermoso en la teoría, en la práctica llega sin pasar factura. Sigo
maldiciéndome por aquella mala pasada, y recalcándome lo estúpido que fui. Si
ni siquiera te tuvo piedad aquella noche, no iba a tenerlo entre colores,
canciones, y un circo donde era (o quería ser, como siempre) la actriz principal. No. Fuiste un estúpido.
Corría aquella noche común, y con algunos mensajes por
responder. Un número no agendado, pero que conocía con exactitud, dejó un
mensaje al corazón. No tardaron en temblar las manos, en enfriarse el cuerpo y
en sentir un millón de momentos. Las caricias se hicieron reales, los besos
carnales. Te tocaba y te volvía a hacer el amor. Estaba otra vez sentado en la
mesa de tu casa, y en el sillón te expresaba mi amor. Volví a tomarte de la
mano en Tigre, y a coleccionar en tu billetera las entradas del cine. Aquello pasó
en un sinfín de segundos y la bronca mezclado con enojo corrompió los
recuerdos. ¿Qué pretendía luego de tantos meses?. Nunca pude entenderlo, porque
fui un estúpido.
Me volviste a engatusar, sacaste toda tu maldad. Jugaste con
aquellos años y me convenciste de algo que nunca volvió a ser. No te estoy
odiando. Fuiste un capítulo y el libro está en la biblioteca juntando
polvo. Pero recaí en mi extrañeza y
recordé lo perversa que fuiste. Me quisiste tener ahí, comiendo de tu palma. Y
yo, volví a ser un estúpido. De hecho, no recuerdo por qué quise darte el
gusto, y hasta me sale una mueca de costado. Estoy tan bien, tan libre que
permito reírme de mi errores. Vos desenmaduraste y yo me creo más “Señor”.
Quizás por tal desencuentro, debimos abandonar el crucero del amor. Recaí en mi
extrañeza.
Mi extrañeza es rara y aún no puedo sacarme ese texto de mi
cabeza. El desencuentro y el encuentro que nunca prosperó. Dos semanas previas
a la gira de tu circo, me quisiste tener ahí. Fui tan estúpido que hasta te
mande una correspondencia. Ahora me cierra el por qué tuve que recurrir a
ciertas herramientas para escribirla. Nada salió de mi corazón. Lo único mío fue
la tinta de la lapicera y la hoja arrancada del cuaderno de Análisis 1. Hacía
tiempo no sentía y aquellos sinfines de recuerdos, no fueron más que eso:
recuerdos.
Recaí en mi extrañeza y recordar aquel episodio me vuelve a
confirmar que mi rara extrañeza no te extraña.
Y lo extraño de que no te extraño, es que ya somos extraños. Extraños
que cumplieron su meta. El ser felices. Nunca leímos la letra pequeña, donde
jamás se especificó que la felicidad iba a ser
en conjunto. La alegría desborda y las puertas se abren. Recaí en mi
extrañeza, y sé que soy raro, pero por suerte, es toda mía.
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