Admito y recuerdo cuando mi vida era rotundamente monótona y
si bien no me quejaba, a veces me preguntaba qué pasaba si tal o cuál cosa. La
vida por uno u otro motivo (no importa cual) creo que me lo dio todo y me lo
quitó rápido. Me eche a dormir y la fama me quedo grande. Una fama que me
hicieron personas que me “conocieron” de novio y ni siquiera saben como era mi
vida antes. Pero claro, por algo encomille aquella palabra, si son las mismas
personas que les gusta el chismerío, en las que su vida pasa por saber de los
demás, criticar y no mirarse a si mismos. Aquellas en las que se nutren de
“mierda” y por supuesto con lo que respecta a mi, son personas que ni siquiera
se tomaron el trabajo de saber quien soy, de dónde vengo, qué hago con mi vida,
etc. Eso por suerte me da la satisfacción de saber que los que me conocen no
tienen absolutamente nada para criticarme, y si así lo tuvieran, son personas
que están hace años a mi lado.
La vida me dio todo dije. Pero no. En realidad me dio todo
lo que pensé que quería una vez acomodada mi estantería y al final me di cuenta
que todo era un telón. Por momentos no
existió obstáculo para mi, y con un chasquido obtenía todo, pero no. No, no y no. Asemejándolo a la vida cotidiana es como
cuando te compras eso que tanto anhelaste y a medida que pasan los meses le vas
dando menos importancia. Lo malo es que esto, no se trata de objetos, si no de sentimientos.
De repente vi mi figura en un desierto y ahí es cuando caí en la cuenta de que los payasos, leones, malabaristas y aquellos actores que conformaban el circo, habían desaparecido. Como cuando uno sueña y las secuencias no tienen relación ¿viste?, así, desaparecieron ellos. Insisto, si lo hicieron quiere decir que no les interesaba mucho seguir formando parte del “acting” o nunca quisieron interiorizarce con mi espectáculo. Capaz, huyeron porque consiguieron una rápida remuneración y les alcanzo con unas míseras limosnas.
De repente vi mi figura en un desierto y ahí es cuando caí en la cuenta de que los payasos, leones, malabaristas y aquellos actores que conformaban el circo, habían desaparecido. Como cuando uno sueña y las secuencias no tienen relación ¿viste?, así, desaparecieron ellos. Insisto, si lo hicieron quiere decir que no les interesaba mucho seguir formando parte del “acting” o nunca quisieron interiorizarce con mi espectáculo. Capaz, huyeron porque consiguieron una rápida remuneración y les alcanzo con unas míseras limosnas.
Pero cuando parecía que nada podía seguir cambiando,
reaparece un viento fuerte, de esos que no te esperas venir y causan
destrozos. Tal es así que la estantería que creí acomodada, con el título
enderezado y alfabéticamente armado, se desplomó. Los libros quedaron abiertos,
las hojas dobladas y por fin me di cuenta que nunca iba a poder ser el director
de ese maldito circo. Que aunque me de miedo muchísimas cosas, lo que vale son
los sentimientos y que esos sí, no se pueden tapar con libros cerrados.
Entre tantas cosas, afirmo vivir en una total
incertidumbre. Que no puedo asegurar que aquel viento sea pasajero y deje una
tormenta, o se quede un tiempito para despejar las nubes y colocar al sol
debajo de mi cabeza. Y a pesar de eso, por suerte, aunque sienta que soy considerado por unos pocos, son esos que de verdad van
a estar a mi lado porque les interesé siempre. Lo importante persiste a pesar de todo, el resto... el resto desaparece.